jueves, 14 de junio de 2012

Vidas ajenas

Recientemente, mi teléfono móvil se estropeó y mientras me lo intentaban reparar, la compañía telefónica con la que contraté me ofreció otro aparato sustitutivo. 
El nuevo teléfono, mermado en la mayoría de sus funciones en comparación con el anterior, no me ofrecía las posibilidades de ocio a las que estaba acostumbrado, así que para pasar los ratos muertos y por la costumbre adquirida, me dediqué  a explorar su escaso contenido.
Los anteriores usuarios de este teléfono errante habían olvidado borrar mensajes de texto, fotografías o números en la agenda. Encontré en aquél teléfono la fotografía de un coche, la de una pared en el punto en que se encuentra con el techo y la de una guitarra, mensajes de texto que convocaban a citas ya pasadas o que daban cuenta de la mejoría de alguien que debió estar enfermo, listas de nombres ignotos con un número de teléfono junto a cada uno. 
Instantes de otra biografía, o de varias entrelazadas en una nueva inventada a partir de la realidad. Exploré aquellas huellas de vidas ajenas con cierta morbosidad, con esa curiosidad por los devenires del vecino que se supone que nos afecta a los españoles pero no por un auténtico interés en lo que le ocurra  a otras personas, sino porque en cada uno de esos indicios estaba la promesa de una historia, de un relato apasionante.
Pero no sólo en aquél teléfono pasado por mil manos, sino también en frases que oigo cuando camino por la calle, extractos mínimos de una conversación vedada que cobran una nueva dimensión extraídos de su contexto. Conversaciones en otra mesa mientras como en un restaurante y que me distraen y atraen más que la televisión ruidosa que no falta en cada establecimiento hostelero español. Palabras que escapan por las ventanas y trepan por el espacio angosto de mi patio de vecinos hasta colarse en mi casa y que me están contando lo que ocurre a pocos metros, o más bien la posibilidad de historias increíbles unos pisos más abajo. La gente que habla a voces por teléfono en el metro, en los autobuses y sobre todo en los trenes de largo recorrido, donde las conversaciones son más largas y las historias que traen consigo más interesantes por más ricas, más llenas de matices. Los sonidos que se filtran por las paredes de mi casa y que me traen el eco de los programas que la pareja de ancianos que viven al lado ven durante todo el día, desde que se levantan hasta que se acuestan, y que me cuentan más sobre ellos que ellos mismos, a los que apenas me he cruzado nunca en la escalera. Conversaciones compartidas a la fuerza unos instantes en un ascensor. Lo que me cuentan los títulos de los libros y los objetos que encuentro en las casas que visito, o en las ropas y los gestos de las personas que me cruzo en la calle por esa costumbre adquirida a fuerza de leer a Conan Doyle. 
No es morbosidad, no me interesan las vidas ajenas como parecen interesarle tanto a los espectadores televisivos, pero me apasionan las historias, conocerlas y sobre todo crearlas, como autor son mi materia prima y mientras mis musas sigan de vacaciones seguiré bebiendo de estas fuentes.






Nota: A quien sufra de mi mismo mal, recomiendo la lectura del blog de Juan Berrio:  http://juanberriofrases.blogspot.com.es/


2 comentarios:

  1. Ese blog es también espectacular, sí.
    Ya dijo Publio Terecio, porque soy humano todo lo humano me interesa.
    No podías ser menos...

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  2. Del ajado cajón de las pequeñas cosas nacen las mejores historias. Y de la vida y sus asuntos, esos que parecen banales y jamás lo son, emergen los sentimientos que nos llevan a contar el devenir del vivir. Me calan hondos tus relatos. Un saludo

    http://lafactorianavarro.blogspot.com.es/

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