miércoles, 16 de enero de 2013

Morriña

Suena el silbato en el metro y justo antes de que se cierren las puertas entra en el coche un señor de pelo blanco y bigote abundante, también canoso. Entra, se queda de pié junto a una de las puertas, mira a los viajeros y eleva una voz floja, lastrada por la edad, para anunciar que va a recitar un poema de Rosalía de Castro.
Comienza una declamación algo monocorde, apresurada, sin pausas, de un poema de Rosalía. Recita los versos en castellano y en gallego, los unos para su audiencia, los otros para sí mismo.
Termina su breve recital y una pareja, joven, con aspecto de excursionistas, que se encuentra junto a él le pregunta de dónde es. Él les cuenta que de un pueblo cercano a El Ferrol y ellos, también gallegos, resultan ser a su vez oriundos de la zona, al igual que otro joven que parece acompañarlos.

Entablan entonces una conversación en gallego de celebración de la coincidencia entre paisanos, recurriendo a los lugares comunes de la geografía que les une, interesándose el rapsoda por el estado en que se encuentra ahora la zona, por cómo ha cambiado todo.
En lo que dura el trayecto entre dos estaciones rien, pasean sin estar allí por los paisajes de su tierra y por la literatura de Rosalía, por su negrura y su hondura, y vuelven a reír.

En la siguiente parada, el hombre desciende, a buscar otro metro, otro público, se va feliz, con una sonrisa de morriña en el rostro y sin una moneda en el bolsillo.


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