lunes, 25 de febrero de 2013

Resfriado

Acabar la lectura de un libro para comenzar casi de inmediato la de uno nuevo. Abandonar a unos personajes, unos paisajes, una época, y conocer otros diferentes, a veces opuestos, a veces casi continuados de los anteriores. Despedirme de una historia que me ha cautivado durante mucho tiempo, que he hecho mía, con la que me he involucrado, con la que he llorado, reído, sufrido, vivido, y lanzarme hacia nuevas vivencias, experiencias. Abandonar la cálida  placidez de los personajes ya conocidos y vividos como a amigos y enemigos de la vida real, la ficticia certeza de una época, de un mundo ya asumido y zambullirme de golpe y sin aviso en las frías aguas de la historia desconocida. Pasar del momento íntimo y mágico de leer la última palabra y cerrar el libro al ritual casi iniciático de abrir un nuevo tomo y leer esa primera palabra que es sólo la punta de un hilo de Ariadna que me sacará del laberinto después de haber recorrido cada una de sus calles y perdido en cada una de sus esquinas.
El cambio de un libro a otro produce una incertidumbre, un desasosiego íntimo y deseado, una suerte de resfriado emocional, una congestión sentimental que aturde minimamente el entendimiento y desordena el alma y del que se me ocurre una forma ideal de curación, a la manera tradicional, guardando gama algunos días acompañado de un buen libro, un buen nuevo libro.

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