martes, 2 de octubre de 2012

Silencio.

Me lo encontré por primera vez una mañana casi en la puerta de mi casa y entonces dudé si sería un sin techo más o sólo un joven desaliñado.
Caminaba un tanto errático, con demasiada ropa encima para ser alguien que sólo paseaba, pero su aire despierto, inteligente, su aspecto de extranjero perdido en otro país me hicieron dudar.
Desde entonces sólo lo he visto de noche, más o menos en la misma zona de la calle Goya, de vez en cuando me cruzo con él y sigue atrayendo mi atención del mismo modo. Todavía es un joven atractivo, que ha dejado crecer una barba sucia y tupida pero siempre arreglada y bien recortada. Mantiene un fuego de inteligencia en la mirada, tiene el aire de alguien golpeado por la vida sólo por una temporada y que saldrá pronto del bache, pero la carga que acumula junto a él me indica que no es así, que es un vagabundo más, otro despojado, otra víctima que sumar a la lista de bajas.
Se acurruca en un banco rodeado de ropa vieja y sucia, de un equipaje escondido dentro de enormes bolsas que seguramente no sea más que una acumulación de porquería cada día mayor, de objetos inservibles, pero que son sus objetos, sus únicas propiedades.
Me cruzo con él y sigo pensando que me gustaría hablarle, entablar una conversación sobre cualquier tema, compartir algo que he visto en él y que no sé bien qué es. Pero no lo hago, paso de largo y no me involucro.
Como no me atrevo a hablar con el negro que vende La Farola entonando canciones de Abba a voz en grito en la esquina de Alcalá con Goya, como no soy capaz de decirle nada a la chica que muestras sus fotografías en la calle Preciados y que pide tres tipos de limosna diferentes; Para realizar las fotos, para imprimirlas y para pagarse un Master en Efti. O los hombres estatua que cada día se esfuerzan más por adoptar las posturas más imposibles, o los que no tienen nada más que ofrecer que su propio cuerpo mutilado, los que sólo pueden mostrar su pobreza como reclamo para salir de ella.
Paso de lado junto a los que han sido más duramente golpeados por la crisis, por el sistema económico que a todos nos aprieta con fuerza pero que a algunos ahoga. Son los que callan, los que no participan en las manifestaciones, los que ya no tienen ningún derecho que reivindicar. Tal vez sean ellos esa mayoría silenciosa a la que dio las gracias el presidente del gobierno sin perder un ápice de su compostura de villano de culebrón. Tal vez lo seamos los que callamos pese a ser aún sólo espectadores, aquellos a los que pronto ya no nos quedará ni la voz porque nos la habrán asfixiado.

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