jueves, 5 de enero de 2012

Mensajes en la pared


A la entrada de la biblioteca Pedro Salinas, junto a la puerta de Toledo, hay en la pared un panel de corcho dispuesto para que cualquiera cuelgue allí lo que desee.
Atrapados por chinchetas de colores se amontonan anuncios en los que cada cual ofrece lo mejor que sabe hacer en busca de un buen postor. Se ofrecen profesores particulares de cualquier materia, señoras que manifiestan su seriedad antes de proponerse como limpiadoras, se vende, se compra y se alquila, y todo el mundo encuentra una pequeña parcela donde dar a conocer su forma de ganar dinero en este mercado de servicios vertical.
Me detengo a leer los carteles, sólo por hacer tiempo, y en seguida me llaman la atención un par de ellos diferentes. Con una letra manuscrita, compacta y recogida, alguien ha llenado dos hojas de cuaderno con comentarios sobre dos programas de televisión. En cada una de las hojas se narran los pormenores del funcionamiento de ambos programas y se recomienda su visionado.
La persona que haya escrito aquellas recomendaciones ha puesto mucho empeño en relatar los motivos por los que recomienda esos programas, detalla cada pormenor de su funcionamiento ocupando toda la hoja, sin dejar apenas espacios en blanco, como si a cada momento brotaran en su mente nuevas ideas que necesitan ser mostradas aunque sea en un nuevo apartado separado del resto por una tosca línea de bolígrafo azul. Los textos describen los pormenores de cada programa con vehemencia a la vez que recomiendan cada aspecto de ellos incidiendo en los motivos por los que, a juicio de quien los haya escrito, es aconsejable verlos y disfrutarlos como los debe disfrutar él o ella.
Me pregunto mientras los leo quién los habrá escrito y qué le habrá movido a hacerlo. Imagino a una persona solitaria que encuentra su único momento de distracción y de algún modo compañía al sentarse frente la televisión, y eso le lleva a compartirlo por el mundo. Para mí cada una de esas hojas en un mensaje en una botella lanzado por un naufrago que necesita ser rescatado de la soledad tan propia de las ciudades superpobladas donde nadie conoce a nadie pero en el fondo albergo la esperanza de que, una vez más, mi imaginación se haya desbordado y apartado de los cauces de una realidad a menudo más prosaica y menos novelesca.

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