viernes, 4 de noviembre de 2016

Pandemia de maletas

Se pueden consultar los contenedores como las hojas del té o las cartas del tarot, es posible acudir a ellos en busca del futuro de las personas a través de los restos de su pasado, son también chivatos del destino con mayor fiabilidad y el mismo contenido de creatividad.
En una ciudad mutante como Madrid, los contenedores para escombros se multiplican en las calles, nacen y sufren su propio ciclo vital. Poco tiempo después de instalarse, entre la casquería urbanística que en ellos se amontona brotan oasis imprevistos que producen particulares frutos. Lo que no cabe en la taxonomía que divide la basura en verde, amarillo, gris o azul encuentra su última o penúltima morada en los contenedores.
Exiliados de las biografías de sus poseedores, los objetos que yacen en los contenedores son voces quebradas que tienen tanto que decir del pasado de quién allí los desahució como de su futuro. Los juguetes rotos hablan de un adolescente que comienza y los libros apilados son testigos del fin de algún bibliófilo que destinó más tiempo a formar una biblioteca que una familia.
Hay muebles que suplican una segunda oportunidad, fotografías que pregonan el relato de otras vidas, cadáveres de plantas domésticas, electrodomésticos en huelga y maletas.

Siempre hay una maleta en los contenedores, en las papeleras, en los alcorques, en las esquinas. Maletas abiertas y desiertas de equipaje, reliquias viajeras que agonizan ahora en la calle. Me pregunto de donde salen las maletas de Madrid, las que cualquier paseante puede encontrarse cada noche en cualquier pliegue del mapa urbano, qué extraña pandemia las condena una muerte indigna de ellas que fueron relicarios de la intimidad de sus poseedores, portadoras de las memorias de viajeros de todo tipo.
Alguien me dijo alguna vez que pueden ser resultados de robos en estaciones, aeropuertos y otros espacios frecuentados por nómadas urbanos pero la idea me horroriza, me da miedo pensar en secuestradores de intimidades portátiles, en ladrones más interesados en testimonios de otras vidas que en acaparar bienes monetarios.
No sé cual es su origen, qué mano las abandona y a qué deben su multiplicidad, pero sé que siempre hay una maleta agonizando en una calle cercana, siempre hay un grito mudo que brota de cada cremallera y se ahoga antes de contar al mundo lo que ha vivido, qué viajes ha realizado, qué secretos guardó.
Las maletas de Madrid yacen heridas, tal vez asesinadas, pero nadie investigará su crimen, nadie se fijará en ellas a excepción de este paseante con los ojos demasiado prestos a encontrar gigantes en cada molino que la ciudad pone a su paso.


lunes, 17 de octubre de 2016

Intimidad compartida.


Experimentar, o más bien padecer un ingreso en un hospital, con lo que trae consigo en cuanto al abandono de las seguridades cotidianas a cambio de sometimiento y dependencia ante personas desconocidas, y no siempre empáticas con nuestro mal, es una experiencia que permitiría redactar un sinfín de textos a fin de explorar el hecho de convertirse en un paciente, hasta que punto ese cambio de estado distorsiona algunos pilares de nuestra identidad y sólo ofrece dudas y sobresaltos.
He pasado el último mes y medio entrando y saliendo del mismo hospital y he tenido mucho tiempo para reflexionar sobre todo ello, si de algo hay excedencia en nuestra sanidad es de tiempo de espera, pero de todos los aspectos de la vida hospitalaria me interesa sobre todo uno, tal vez el más ajeno a mis dolencias y a mi relación con profesionales de la salud.
El exceso de demanda, o más bien la escasez de plazas, obliga a los enfermos a compartir habitación, a ceder una parte de su intimidad a cambio de la que entrega el compañero, a exponer su alma y su cuerpo ante el compañero de celda. Esta intimidad compartida convierte a cada enfermo en una suerte de espectador de una obra teatral que se desarrolla ante él, sin posibilidad de renunciar al espectáculo no solicitado.
Cada nuevo compañero de habitación viene acompañado de una historia personal que se despliega en el breve escenario que conforma el espacio en torno a su cama y que tiene como telón la cortina que rompe la habitación en dos. Su historia se manifiesta como una función por la que desfilan los personajes que le dan forma, secundarios y protagonistas que poco a poco van desgranando datos, nombres, hechos, detalles de un historial médico o intimidades familiares.
Los miembros de la familia, los visitantes de todo tipo, entran en el escenario representan su papel,  llevan a cabo oportunos mutis y la historia crece, se arma y define como drama o comedia. El origen y la intrahistoria del personaje principal, siempre el enfermo, su situación social, sus filias, sus fobias y su entramado vital van siendo desgranados por los intérpretes ignorantes de su condición actoral y poco a poco, el espectador que a su vez es actor de otra función paralela descubre todo aquello que hace grande a una historia, los matices, los pequeños dramas y alegrías paralelos al personaje central, la riqueza de los personajes secundarios o su pobreza, la incertidumbre siempre temida sobre el desenlace de la historia. En ocasiones sólo hay un actor que representa su función vital en un monólogo mudo, en otras la obra es coral y el despliegue de personajes es rico y variado, la esencia del ser humano gotea o se desborda sobre las improvisadas tablas y el espectador atento puede disfrutar de las más grandes historias, las que teje y desteje la cotidianeidad de las personas, la vida de la gente que cuanto más pequeña parece más grande es.
Y si el espectador lo desea puede romper la cuarta pared y fundir su función con la del vecino, crear una nueva basada en una comunión de experiencias que confluyen o divergen en una habitación de hospital y la convierten en el gran teatro del mundo.

domingo, 16 de octubre de 2016

Huida en espiral

Me decidí a llevar este blog un buen día de un año que ahora parece lejano y que entonces era para mí un salto descomunal hacia un nuevo futuro, lo hice motivado por el creciente deseo de dar salida a todas las ideas, pensamientos y reflexiones que me ocasionaba pasear y vivir en una ciudad que aún era ignota para mi.
Dejé de publicar aquí dos años después y aún no sé por qué lo hice. Tal vez porque cada vez disponía de menos tiempo para descubrir la ciudad, tal vez porque cada vez me quedaba menos descubrimientos por hacer, al menos en apariencia, tal vez sólo porque sí. No lo sé ni lo pretendo averiguar.
Ahora, pasado un tiempo importante, he vuelto a este blog, le he releído con sorpresa, encontrando más interés del que esperaba, sorprendiéndome con mis propios textos y he decidido a recuperarlo.
Me fui y ahora regreso pero no soy el mismo, otra es mi mirada, otras son mis experiencias y mi vida cotidiana, y todo eso me condicionará en los nuevos textos que publicaré cuando me sea posible, sin una periodicidad fija, pero el interés y la pasión que pondré en estas entradas que tal vez no interesen a nadie seguirá siendo el mismo.
Hasta pronto.