lunes, 13 de mayo de 2013

El sueño eterno

Ayer, día 12 de Mayo, la Puerta del Sol fue de nuevo el punto de encuentro para los muchos que creemos en la necesidad de un cambio, de los que pensamos que esta nación ultrajada merece un destino mejor que el que auguran las artimañas de los políticos que la desmenuzan desde uno u otro partido. Ayer la Puerta del Sol y el centro de Madrid recuperaron la ilusión al grito de "Sí se puede", pero fue un grito apagado, del todo inaudible para aquellos a quienes iba dirigido pues fuimos muy pocos los que allí acudimos.
Cuando leer la prensa cada día o ver un telediario implica ser conocedor de nuevos desmanes y atropellos, cada día más flagrantes e impunes, cuando más gente intenta encontrar un empleo sin conseguirlo, cuando más dañadas están la educación o la sanidad, cuando más gente pierde su hogar y cuando más falta hace es cuando menos personas acuden a luchar por ello.
No sé si será un mal endémico español como algunos defienden, no se si será la desidia que acompaña a la desesperanza, pero empiezo a pensar como los más agoreros, a creer realmente que los españoles aguantamos lo que nos echen, por grave y lacerante que sea, que nada nos importa, que nada hará que despertemos del sueño interminable.
Ayer, durante la manifestación, pensaba en todo ello cuando me distrajo un sonido que destacaba entre las consignas gritadas y el ruido de las aspas de los helicópteros. Encaramado a la estatua del oso y el madroño, un joven coreano tocaba un saxofon. Entonaba canciones antiguas; el himno de riego, a las barricadas, y otras así. Canciones de otra época que no se corresponden con nuestro momento histórico, que incluso podrían no ser apropiadas, pero que aunque sólo sea por su belleza puramente músical o por el significado que las acompaña, atrajeron la atención de todos hacia el joven músico.
Tocaba una canción tras otra, descansando sólo para corear las consignas que corrían de boca en boca, y todos los que andaban cerca de la estatua lo miraban, aplaudían su música algo desafinada o entonaban las letras de sus himnos.
Acabada la manifestación, el saxofonista descendió de su pedestal y comenzó a responder las preguntas de los curiosos, sobre todo personas de avanzada edad, que ayer eran casi mayoría, y a todos les contaba que no vive en España, que está de paso como turista según sus papeles aunque el no se considera así y que tenía muy claro que debía estar allí, que era su obligación.
Lástima que tantos españoles ayer no pensaran igual.

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