viernes, 9 de diciembre de 2011

El hombre que conoció a Vallejo Nájera

En el metro, de regreso a casa después de una gozosa velada entre amigos dibujantes, coincido con un hombre que está sentado frente a mi y que capta mi atención por encima del libro que intento leer.
Viste con ropas viejas pero con poca suciedad. Su cabello desordenado se mezcla con una barba larga y un bigote de caballero decimonónico y en conjunto parece una versión desharrapada de Carlos Marx. En el asiento de al lado ha dejado unas bolsas de un supermercado, unas dentro de las otras, de forma que no consigo adivinar su contenido. En una de sus manos de la que destaca un dedo protegido por una venda sucia y desproporcionada, sostiene una lata de cerveza que en ningún momento del trayecto le veo llevarse a los labios.
Ajeno al resto de los viajeros, centra su atención en una conversación con alguien inexistente pero que, a juzgar por su mirada concentrada en un punto del espacio vacío frente a él, debe ser tan real para él como cualquiera de los otros usuarios del suburbano.
Habla pausadamente y en su conversación se adivina una cultura y un saber estar que no ha sido borrado por los estragos de la vida. En ocasiones plantea preguntas que nadie responde, otras veces él responde a cuestiones que sólo han sido pronunciadas en su mente, y entre preguntas y respuestas hilvana diferentes temas, uno nuevo a cada nueva frase.
Comenta tranquilamente, con la voz queda y cortesmente que estas navidades no serán como las de siempre porque todo ha cambiado y en la siguiente frase se muestra decepcionado por el periodismo actual. Continúa su conversación con su interlocutor imaginado sin hacer una pausa, cómo si tuviera prisa por tratar todos los temas que se agolpan en su mente antes de llegar a su destino, tan sólo es más serena y detenida su plática cuando habla de Vallejo Nájera, cuando
desgrana elogios hacia la persona del psiquiatra y afirma que lo conoció, y yo le creo, creo lo que dice porque me he convertido sin que ni siquiera él lo sepa en su partenaire en la conversación, porque presto atención a cada una de sus palabras como si me las dirigiera a mi entre todas las personas que compartimos viaje con él, cómo si sólo estuviéramos los dos, al menos es así hasta que su voz desaparece sepultada por el escándalo que producen unos adolescentes a los que les sobra el alcohol y les falta educación. Ahora no oigo al hombre que conoció a Vallejo Nájera, sólo le veo mover los labios y sin el acompañamiento de sus palabras y de la forma de pronunciarlas casi parece otro mendigo más de los que habitan el metro, afortunadamente el tren llega a mi parada y lo abandono a tiempo antes de que el recuerdo que deja en mí se degrade.


1 comentario:

  1. Querido Rose, si todos viésemos el mundo como tú estoy seguro que sería mucho más interesante, con más matices. Maravillosa historia.

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