domingo, 4 de diciembre de 2011

Invisibilidad

El sábado por la mañana espero a alguien que se retrasa en la Puerta del Sol, al pie de la estatua del oso y el madroño, que es como un vórtice donde converge la vida en Madrid. Mientras espero disfruto observando a la gente, a la multitud de personas que por un instante mezclan sus vidas sin tocarse, sin mirarse y después continúan su camino, como una especie de peces milagrosos que salieran secos del mar.
Observo a los turistas que se fotografían junto al símbolo oficial de la ciudad y a los que algo más allá lo hacen en el kilómetro cero, y mientras me pierdo en las sonrisas forzadas ante las cámaras lo veo aparecer.
Viste una levita vieja y negra, unos enormes zapatones y un bastón de plástico. Bajo un bombín maltratado su rostro arrugado está cubierto de pintura blanca excepto al pie de su nariz donde un tiznajo negro simula un bigote. Imita torpemente a Chaplin, pretende moverse como él aunque está lejos de conseguirlo, sin embargo en ese momento yo creo estar viendo a Charlot que ha aparecido de la nada y pasea entre los turistas que lo miran sorprendidos y divertidos.
No pide dinero ni ninguna otra cosa, sólo se coloca junto a los que se fotografían, bromea con los niños e intenta ser Charles Chaplin por unos instantes sin más pretensiones que el disfrute de su caracterización. Los que pasan apresurados junto a él detienen por unos momentos sus pasos, se rien, comentan entre ellos algo en voz baja y reanudan su marcha.
El Charlot de la Puerta del Sol continua su pantomima por un rato más captando la atención hasta de los más apresurados, pero en un instante en que la estatua queda libre de turistas enciende un cigarrillo, abandona sus andares de Charlot y camina como una persona más, entonces es ya invisible.
Sólo en las ciudades como Madrid es posible que alguien vestido y maquillado de esa forma pueda ser invisible, que se mezcle entre los demás sin que nadie repare en él justo en el momento en que decide ser transparente, en que convierte su imitación de Chaplin en el vagabundeo habitual de muchos de los pobladores de la plaza. Creo que sólo yo sigo prestándole atención mientras se aleja y desaparece entre el barullo de caminares apresurados, supongo que cuando acabe su cigarro retornará a su imitación y de nuevo tomará forma ante los que le rodean, de nuevo será visible, los niños reirán y los turistas lo fotografiarán, hasta que decida recuperar su invisibilidad una vez más.
Son los milagros de Madrid.

1 comentario:

  1. En estas ocasiones es cuando te das cuenta que hemos dejado de observar la vida, solamente la miramos con visión túnel. Y cuando observamos es cuando de verdad vemos el mundo, feo y gris, pero en ocasiones placenteramente singular.

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