lunes, 16 de abril de 2012

Una sonrisa

Las cinco de la tarde es una hora extraña para usar el metro. La línea seis acostumbra a ir abarrotada a esa hora en la que los usuarios ni van a trabajar ni regresan de su jornada laboral, no encaja con los horarios laborales más usuales, pero ocupan casi por completo los vagones, en silencio, cada persona en su burbuja, adormilados por la digestión aún en curso o por un madrugón que entonces comienza a dejar sentir sus secuelas.
En la estación de Diego de León suben nuevas personas, no hay asientos libres así que permanecen de pie, leyendo, escrutando una pantalla o con la mirada perdida. Entre las personas que entran hay un joven con síndrome de Down. En su rostro hay una sonrisa que parece grabada con un cincel, profunda, emocionante y sincera.
Recorre con su mirada a los pasajeros hasta que descubre a una niña, un bebé que viaja acompañada de sus padres. Sin pensárselo más se dirige a ella, se coloca frente a la niña que lo mira sorprendida, casi asustada, y comienza a hablarle.
Su voz es grave y potente, estruendosa, como un grito pero tan llena de ternura que no molesta, sólo sorprende. Habla con la niña y sólo repite una frase; ¿Qué pasa?.
El bebé lo mira y calla, la madre sonríe mirando a su hija incitandola a sonreír igualmente y el padre se mantiene serio.
La escena me distrae por un momento, me reconforta y después regreso a mi lectura, pero antes de colocar la vista sobre el texto me cruzo con otra mirada. Una chica joven contempla igualmente la escena y sonríe, ampliamente, con los labios pero también con los ojos emocionados. Otra mujer comienza entonces a sonreír, plácidamente, satisfecha, y luego es un hombre, y pronto hay unas diez personas sonriendo en un vagón de metro a las cinco de la tarde. Todas miran, miramos, hacia el joven que monologa con el bebé pero a la vez nos miramos los unos a los otros, contemplamos en silencio nuestra sonrisa colectiva y hay en ese momento una comunicación mayor y más sincera entre los pasajeros que si se hubiera establecido una conversación.
Al cabo de un par de estaciones, el bebé y sus padres abandonan el tren y cada uno regresamos a nuestra burbuja y yo no dejo de pensar en que precisamente el día anterior, mi amiga Michi me había hecho llegar un vídeo que tiene tanto que ver con lo que acaba de ocurrir. Me regocijo en la coincidencia, en la casualidad gozosa, y continuo leyendo, aún sonrío.


2 comentarios:

  1. Excelente retrato Rose, sobre todo porque esas burbujas, que en el mundo real estallan al mínimo contacto, en la relación entre personas parecen hechas de fibrocemento.

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  2. ¿Que tendrá la risa que cura la heridas del cuerpo y el alma?.
    Decía Neruda:
    Niegame el pan y el aire
    la luz, la primavera
    pero tu risa nunca
    porque me moriria.
    Me encanta tu blog. Saludos.

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